La crítica a la medicina está todavía muy lejos de HACER DE LA ENFERMEDAD UN ARMA

Sobre el cordero negro de sacrificio

Medicina, así se llama la “perdición”, la “fatalidad”. “Némesis médica”, un reporte. Por consiguiente el autor estuvo allí, comprometido. A sueldo de quién - desconocido. Su mensaje, sin embargo - ¡cuán traicionero sin contradicción! - neutral, científico, honesto. Modesto en sus exigencias y medios (“absteniéndose de hybris”).

Se puede suponer que él es consciente de la inadecuación entre el diagnóstico y el pronóstico - que es, por supuesto, infausto, desesperanzador - por un lado, y, por el otro lado, sus propuestas terapéuticas, que al menos insinúa vagamente.

De hecho, el alcance y la profundidad de la tarea bien podrían delinearse adecuadamente con la ayuda de un juicio de W. REICH (1948), ya que, si uno ha leído a ILLICH, no hay razón para suponer que mediante una espera más larga el problema podría entretanto haber perdido su urgencia.

“Me atrevo a decir que ninguna revolución, y ciertamente no la superación de la peste durante la Edad Media, puede competir con esta tarea en términos de alcance, profundidad y peligros. La solución a esta tarea requerirá con toda probabilidad de la mayor revolución en el pensamiento y la acción que la humanidad haya tenido que realizar jamás. No será un logro de personas singulares, sino un logro de la sociedad” (WILHELM REICH, “La biopatología del cáncer”).

Comparado con eso, ILLICH parece bastante resignado. Según él, la gente debe contentarse con redescubrir el arte del autotratamiento mutuo, en términos de contenido: redescubrir la medicina de los pobres. Continúa diciendo, que se debe aprender de nuevo a lidiar con la muerte, el dolor y la fragilidad. Sobre todo debe incluir otra vez al morir en el momento justo en su programa de vida.

Terribles condiciones, en las que incluso los llamamientos quietistas de este tipo no carecen de una valencia si no revolucionaria, al menos progresista.

El hecho de que sea así, no requiere de una larga búsqueda de razones en ILLICH. Más bien hay que buscar el principio fundamental [Grundsatz]. Pero sobre todo la oposición [Gegensatz]. Parte del principio fundamental - y lo sabemos desde hace mucho tiempo - es que la muerte, el dolor y la fragilidad les son arrebatados a sus portadores, les son expropiados (ILLICH).

Las numerosas enfermedades, en consecuencia inventadas, manejadas y reemplazadas por los médicos en forma de una monstruosa estafa de etiquetado, se intercambian como mercancías por medicinas, seguros y otras mercancías médicas “de igual valor”, de modo que lo que se presenta como su “curación”, penetra como enfermedad a través de las técnicas de su “superación” "desde el exterior" en el productor-consumidor de la enfermedad, dependiente así, como resultado de la “sobremedicalización”, de nada más que de la mercancía médico, existiendo la “curación” sólo como esta mercancía.

Su reclamo, su reapropiación y afirmación, pro ejemplo a través del rechazo de la terapia, históricamente un atavismo, puede así - si interpretamos a ILLICH correctamente - convertirse en casos singulares y aislados[Einzelfall] (por no decir en la celda de aislamiento) [Einzelzelle , Einzelhaft ] en una etapa de transición necesaria en la lucha por la autonomía vital y la emotividad, sacando así a la luz lo revolucionario ((Ur-Teilsgegensatz - división primordial y oposición del juicio)).

Embotamiento general y apatía, adicción al consumo e indiferencia en el polo de la sociedad considerada en su conjunto como un paciente [Gesamtpatient Gesellschaft], creciente diferenciación y perfeccionamiento de la enfermedad como un aparato de crecimiento intensivo, infección y contagio, envenenamiento y mutilación de las multitudes como “efectos secundarios” de la atención medicínica (iatrogénesis clínica), aniquilación de la revuelta inherente a la enfermedad mediante una política de salud, que enferma a la gente, en autoinfligida complicidad con las organizaciones industriales (iatrogénesis social), restricción de la autonomía vital de cada uno a través de patrones de comportamiento promovidos médicamente que proliferan como el cáncer en forma de delirios de una vida mejor (iatrogénesis estructural), eso por un lado, y aumento ilimitado del poder de la profesión médica (mafia, ILLICH), que culmina en el totalitarismo de una expansión sin precedentes y absolutamente insuperable del control social hasta en todas las entrañas, por otro lado.

Se trata de la agonía de todos en sus miles de variaciones a lo largo de toda la vida. Pero por favor, siempre según las reglas de juego del sistema médico ((iatrocraciaimperialismo cerebral)): “La muerte ya no tiene lugar sino como una autocumplida profecía del curandero [Medizinmann] (p. 148*).

*Todas las citas en esta traducción se refieren a la edición en inglés: IVAN ILLICH, Medical Nemesis, The Expropiation of Health (en español: Némesis Medica, La expropiación de la salud), publicado por Calder Boyars, 1976. (Nota de los traductores)

Por cierto, esto también se da dentro de la profesión médica: en Chile, por ejemplo, cinco médicos -médicos políticamente caídos en desgracia - en el entorno de Allende fueron asesinados en una semana en base a las denuncias de las asociaciones médicas que llevaban listas negras.

“De hecho, la gente incluso se rebelaría, si los médicos no les dieran un diagnóstico que explicara su incapacidad para afrontar la situación como un defecto de salud”. (p.118)

Dada esta situación, podría provocar un leve asombro el que ILLICH, a pesar de todas las razones para la resignación, siga siendo lo suficientemente optimista como para animar a los pacientes - y también según él (ya lo hemos dicho) de alguna manera todos son pacientes - al autotratamiento. Son precisamente las personas de la profesión [Leute vom Fach] quienes les deniegan incluso la capacidad de organizarse (como recientemente el médico jefe DÖRNER en su último libro de bolsillo Suhrkamp).

Durante más de media década, las organizaciones de pacientes son la privilegiada presa en la caza libre de la persecución mediante escuadrones móviles de asesinato protectores del estado, la persecución desencadenada médicamente (compárese con DAVID COOPER "The grammar of living" (“La gramática de la vida“) respecto a la acumulación de incidentes análogos en el tercer mundo, no diferentes a los de Europa). Y no en último lugar, ILLICH ve cómo en la China revolucionaria la atención médica por parte de laicos en formación (médicos descalzos) vuelve a incumbir de manera creciente a la competencia de expertos académicos.

Pero eso no es todo: “Por más que el complejo médico-industrial sea controlado o incluso recortado ... esta limitación sólo transferiría el control social, que actualmente ejerce la medicina, a otra hegemonía” (p. 160).

En otras palabras: ni siquiera el CLUB DE ROMA – ni aun asumiendo que realmente quisiera y tuviera el poder de reducir drásticamente la “tasa de crecimiento”, e incluso de introducir el socialismo - tendría la más mínima posibilidad de evitar esa “perdición”, esa “fatalidad”, que están programadas en la medicina y como medicina, o sea la prospectiva aniquilación total del aparato vital humano, o mejor dicho: la BIOPATÍA (W. REICH).

Al contrario: la extensión del control médico al “bienestar de las personas sanas” (hasta el 35% de los ingresos netos son contribuciones impositivas para la seguridad social) hace que de todas formas ellas se conviertan en pacientes, “sin estar enfermas” (p. 25), generando una demanda exponencialmente creciente del rol de paciente, de modo que “los síntomas médicamente certificados exoneran a las personas del trabajo asalariado destructivo y les exime de luchar por la sociedad en la que viven” (p. 26).

Si ILLICH, no obstante, deposita su esperanza de evitar la “némesis”, que en tanto moderna, en contraste con la griega-clásica, es colaboración con los dominantes, en el “desempoderamiento, derrocamiento del gremio médico” y en el “mutuo autotratamiento de los pacientes” que además él no especifica en detalle, lo hace por varias razones, de las cuales él trata con una que diríamos es estratégica, otra que se podría llamar existencial, y una teórica.

La razón principal, la práctica intransigente e incondicional de resistencia y ataque contra la identidad de enfermedad y capitalismo, contra la transformación de las masas en la enferma mercancía fuerza de trabajo, contra esta eutanasia diferencialpara la eliminación, sin reemplazo, de la iatrocracia y algo más, esta efectiva y eficaz OPOSICIÓN [GEGENSATZ] al sedimento [Bodensatz] de la base y la superestructura [Bodensatz von Basis und Ueberbau], tampoco ILLICH aún ha podido integrarla en su reporte.

En cuanto a la razón estratégica: “Por lo tanto, no es menos importante elegir al gremio médico como objetivo de un desempoderamiento, derrocamiento radical ... pues dado que la medicina es una vaca sagrada, su sacrificio tendría un efecto de eco” ((para sacrificar también a lo demás)).

En cuanto a la razón existencial: “Sólo la gente que pueda afrontar el sufrimiento y la muerte sin necesidad de magos y mistagogos, es libre de rebelarse contra otras formas de expropiación ...” (p. 161).

(Por cierto, cabe señalar: que el autor nunca llama por su nombre a la clase capitalista, al capitalismo en cualquiera de sus formas, a la maximización de beneficios, etc., y prefiere exclusivamente paráfrasis como sociedad industrial, crecimiento y otras similares; que él hace malabarismos con los métodos del análisis marxista tan diligentemente como superficialmente, y que además de eso también mete en un mismo saco a toda la economía planificada, sin importar si se trata de “Wall Street” o “el partido”).

La consecuencia política de todo esto, si ILLICH hubiera esbozado esta conclusión, sería la concepción de un RETORNO a una sociedad libre de dominio en el sentido de un anarquismo ingenuo. Pero ¿cómo podría él entonces todavía buscar refugio en las regulaciones estatales, leyes, ordenanzas, etc. – a lo que él alude repetidamente en detalle?

Esto sólo es posible sin contradicción, en la medida en que él admite que tales aflicciones son el reflejo de su posicionalidad quietista nacida-muerta del espíritu de la negación determinada, la que en todo caso está más cerca de la teocracia sin médicos que de la utopía concreta de la naturaleza espiritualizada como hogar del hombre naturalizado.

En cuanto a la razón teórica: la comunalidad [Gemeinsamkeit] que se genera al experimentar el dolor, forma el germen de una futura síntesis social, que es más fundamental que cualquier cosa que la forma valor mediada por el dinero pudiera reflejar falsamente en dislocantes y dislocadas [verrueckenden] categorías y relaciones (ver pág. 93 y ss.).

El dolor, este extremo del aislamiento singularizador [Extrem der Vereinzelung], el DIS-VALOR, el SIN-VALOR [UN-WERT] (ILLICH) por excelencia, aguanta tan poco en sí mismo, pero por otra parte es por principio tan poco intercambiable que -según ILLICH - se sustrae de los mecanismos cada vez más intensificados de la alienación, a los cuales su génesis por completo se ha transferido.

No obstante, pareciera que el autor pone una no pequa parte de su optimismo en la represión del “terror y la violencia” a través de la experiencia del “dolor físico” como un componente indispensable de la autonomía vital. Culturalmente engrudado [verkleistert], médicamente anestesiado, ahogado en drogas y alcohol, tutelado bajo tortura-política mediante los más modernos dispositivos de reanimación ((y en celdas de aislamiento mediante la tortura de exterminio que “no deja rastro”)), el dolor hoy ya no marca -según ILLICH - la barrera social (¡!) de la transformación del hombre de ser el centro [Mitte] a ser un medio [Mittel] para matar el dolor, porque este medio, dice ILLICH, consume la violencia, el terror y las drogas como “los únicos estímulos que todavía pueden proporcionar [vermitteln] una experiencia de auto-conciencia” (p. 106).

Lo que queda, opina ILLICH, se muestra como un remanente sin sentido e incuestionable de horror (Hiroshima). Por supuesto, no cabe hablar, dice ILLICH, de una función comunizadora [vergemeinschaftende Funktion] de este tipo de dolor. En cualquier caso, hace tiempo que el dolor ha perdido su significado - si es que queremos creerle a ILLICH que alguna vez lo tuvo - de incluso poner una barrera infranqueable al abuso del hombre por el hombre.

Pero justamente en vista de las observaciones de un FRANTZ FANON (“Los condenados de la Tierra”) sobre la función del terror y la violencia como formadores de colectividades, en vista de las leyes elaboradas y puestas en relieve por COOPER en SARTRE (“Razón y Violencia”), las cuales constituyen la dialéctica de serie y grupo, donde la violencia de la libertad común (incluida la libertad de morir) son los catalizadores decisivos de la síntesis, en vista de todo esto no queda claro, especialmente en el interés del “autotratamiento mutuo”, qué tipo de mediación debe sostener de hecho el ser-uno-contra-el-otro [la contraposición, Gegeneinander] del valor y el dolor.

ILLICH simplemente carece de la práctica que podría haberle enseñado que a partir del dolor, la desesperación, las amenazas de muerte y la fragilidad, en fin: a partir de todo lo que substancialmente queda de la enfermedad, cuando en el autocontrol mutuo ella es relegada al sistema social capitalista, del que ella se origina, emerge, con la imperiosa necesidad de una ley de la naturaleza, precisamente aquel terror que es producto de la libertad de todos, la que se extiende hasta lo verdaderamente infinito porque rompe las barreras de la alienación en las entrañas propias y en las del grupo - y hace de la enfermedad un arma.

 

Primavera de 1976

 Huber PF/SPK(H) WD, Dr.med.

De: SPK-Documentación Parte 3, 1ra edición 1977

Traducción: PF/SPK EMF Colombia, PF/SPK EMF Espa

Frente de Pacientes / Colectivo Socialista de Pacientes, PF/SPK(H), 15.07.2021